martes, 18 de agosto de 2015

Cuento: El fin (parte 6)


Por fín su cuerpo estaba estable y sus pensamientos se acomodaron.

"Es hora de comenzar" se dijo y partió rumbo a la despensa más cercana.

Su plan consistia en recolectar la mayor cantidad de alimentos posibles y mantenerlos almacenados.
Tarea nada facil, por cierto, y lo pudo comprobar al llegar al primer mercado.

En las góndolas reinaba el vacío y la mayoría de los productos panificados anunciados no se encontraban allí. La harina, el arroz, las frutas, verduras y legumbres, las bebias, las conservas, casi todo había sido apartado de su lugar de descanso.
Leo tomó TODO, literalmente, lo que se encontraba en el almacen y lo cargó el baúl su camioneta.
Entre las cosas rescatadas habían un par de paquetes de harina, muchas frituras y suficientes latas de comidas enlatadas como para alimentarse hasta que expiren.
Una de estas era una lata de salchichas tipo alemanas la cual abrió en ese momento y, con la ayuda de un tenedor tomado de al lado de la caja registradora, las engulló. Recien ahora se había dado cuenta del apetito voraz que tenía.
También pudo rescatar algunas latas de gaseosas, pero ninguna botella de agua.

Luego de la comida, se dirigió al asiento delantero de su vehiculo para llevar el botín al lugar de almacenaje, su casa, pero antes de subir, algo se enredó en su pie izquierdo.
Una camisa y un pantalón de vestir yacían en el suelo, entorpeciendo sus movimientos.

"Que extraño" Se preguntó mientras que disipaba el obstaculo.

En realidad, hasta ese momento, Leo no se había detenido a mirar a su alrededor y cuando lo hizo lo pudo ver.
Había ropa tirada por doquier.

"¿Qué demonios pasó?" Se volvió a preguntar, ahora más nervioso.

Tenía miedo de conocer lo sucedido y temía que esto sea una pista. No quería saberlo, pero debía. Debía saber lo ocurrido para así evitar su destino por si vuelve para buscarlo.

Instintivamente su cuerpo le dirigió hacia su punto de partida, hacia la iglesia.
Cómo estaba próximo a ella, no fue necesario gastar combustible.
Pocos segundos después, llegó y se detuvo frente a la fachada. Su aspecto era imponente y la cruz en el techo le daba un aire de celestial, muy distinto a como era por dentro, tétrica y lúgubre.
Se dirigió al pedestal donde dejó apoyada la nota de su mujer y la volvió a leer.

"Las nubes están llegando. Es hora de ocultarnos en el gran salón."

Debía buscar el gran salón, pero ¿cual era?.
Recorrió toda la iglesia y abrió todas las puertas pero nada. El gran salón estaba oculto a sus ojos.

Solamente le quedaba una puerta por abrir, en la que un cartel advertía "No pasar".
Al girar la manija, la puerta no se abrió. Estaba cerrada con llave.
Leo buscó a su alrededor algo que pudiera usar como herramienta y tomó un extintor como ayudante.

Uno...dos...tres. Al tercer golpe, la manija de desprendió, destrabando la puerta y dejandola abierta.
Se trataba de una oficina administrativa, con una computadora (apagada), con cuadernos con números escritos y varias cajas con registros contables.
La oficina era muy pequeña para ser un "gran salón", no obstante, Leo revisó cada centimetro cuadrado del lugar y gracias a esto pudo encontrar un plano de la iglesia que estaba reposado cómodamente en el fondo de uno de los cajones del escritorio principal.

Cómo había poca luz en el lugar, se dirigió hacia la entrada, donde la luz del sol aún brillaba intensamente.
El mapa era bastante claro y en un sector encontró al tan deseado "gran salón". El mismo se ubicaba, según el plano, detrás del atríl donde estaba la carta de Claudia.
Sabía que no había visto ninguna puerta, pero decidió hacerle caso al dibujo y una vez allí, notó algo que antes había pasado por alto.
Detrás del atríl, a unos 20 pasos de distancia, había una gran cortina de terciopelo violeta que abarcaba desde el techo al piso del lugar y al correrla, una puerta se encontraba allí.
Esta no se encontraba cerrada como la anterior y pudo entrar sin problemas.
Un largo pasillo, cubierto con antorchas que aún ardían conducia a un recinto muy grande, completamente iluminado por el fuego.

En el medio del gran salón yacía lo que tanto temía.

Un cúmulo de ropa, cubría todo el suelo y entre estas, Leo reconoció la ropa colorida de Ana, su hija...


No hay comentarios:

Publicar un comentario