jueves, 27 de agosto de 2015

Cuento: El fin (parte 8)

Pensó que soñaría cómo cuando se había desmayado.
Pensó que su mente lo llevaría de nuevo al pasado.
Pensó que no podría descansar.
Pensó que tedría miedo.

Pero nada de eso pasó. Estaba demasiado cansado.

Gracias a dios, los días eran largos y apenas a las 6 de la mañana, el sol ya brillaba en lo alto.
Leo se despertó. Había pasado la noche en el sillón del comedor de su casa.
Se levantó y desayunó cómo pudo, con lo que tenía.
Debía juntar muchas fuerzas para el día que tenía por delante. Sabía que tenía que hacer muchas cosas y no quería olvidarse de ninguna y por esto es que tomó una birome, un papel y comenzó a escribir la lista de las cosas que debía hacer:

"Lista para hacer:
                           1) Posicionar los generadores
                           2) Llenarlos con combustible

                           3) Enchufarlos a las heladeras
                           4) Buscar carne y alimentos congelados"


Esto era lo que debía lograr hoy. Debía lograr obtener la mayor cantidad de alimentos.

Posicionar los genedadores le llevó más tiempo del que pensaba.
Para poder colocarlos, primero debió hacer espacio en el recinto.
Las mesas y sillas donde la gente disfrutaba el helado debían irse. Lo mismo con el resto del mobiliario.
Leo trabajó sin descanso y solo se detuvo cuando encontró ropa tirada en el suelo. Aunque ya sabía que la encontraría por todos lados, esta era un recordatorio permanente de lo solo que se encontraba.

Finalmente, luego de unas horas de trabajo, los generadores estaban en posición.
Era momento de llenarlos de combustible y yendo nuevamente a la ferretería, tómo varios bidones creados especificamente para ese fin.
Luego, bidones en mano, se dirigió a la estación de servicio donde los intentó llenar.
De los diez bidones que tenía, sólo pudo llenar la tercera parte.

-Debe ser por la falta de electricidad- Dijo en voz alta.

Dejó los bidones vacíos y volvió a la heladería con los 30 litros de combustible obtenidos.
Con eso pudo cargar los generadores para que funcionen durante unas horas a la minima potencia.
Debía obtener más combustible antes de encencerlos y de conseguir los alimentos.

Durante las siguiente hora se dedicó a recorrer las estaciones de servicio del pueblo. No eran muchas, pero todo lo que podría conseguir sería útil.
Por fín, después de varios viajes, logró recolectar todo el combustible disponible en los surtidores.

Sabía que debía hacer funcionar las bombas, pero eso lo resolvería más adelante. Su objetivo principal era la comida.
Finalmente había llenado a la mitad, todos los generadores que tenía. Los reguló para que trabajen juntos a la mínima potencia y así que perdure el combustible en ellos.

Mediante la utilización de un duplicador de enchufes, cada refrigerador fue conectado dos generadores.
Y así, había llegado el momento de realizar la primer prueba.
Para encender los generadores, había que tirar con fuerza de un cable piolín.

Un intento...dos intentos..tres intentos. Al tercero ¡el generador encendió!.
Lo mismo pasó con el otro y pocos minutos después, la heladera comenzó a producir frio.

¡Lo había logrado! y para festejarlo, Decidió abrir una de las latas de comida, "reservadas".
Estas latas eran pocas y las había catalogado así para ser consumidas solo en momentos especiales.

Mediane el uso de cerillos, encendió un improvisado fuego que sirvió para calentar la comida especial, Pato a la naranja.

 Luego probó los restantes generadores y todos funcionaban. La suerte estaba de su lado.

 Pero ahora faltaba lo más complicado, conseguir los alimentos.

 Para esto, Leo fue al lugar que tanto había esquivado. Fue al supermercado denominado "X-Treme Mall".
Era un lugar tan grande que su precencia había hecho quebrar a varios comercios más pequeños.

Si no encontraba lo que necesitaba allí, estaría perdido.

La entrada era imponente, aunque el paisaje por dentro era desolador. Las interminables gondolas estaban casi por completo vacías, aunque aún quedaban suficientes artículos comestibles.
Leo decidió hacer caso omiso a estos. Su objetivo principal era obtener carne y verduras congeladas y apresurandose para llegar a ese sector, sus ojos derramaron lagrímas.

No era mucho, era poco, pero era carne, pollo, pescado y otros productos congelados.
Al tocarlos, estos no estaban congelados, pero aún se conservaban frios.

No tenía mucho tiempo, por lo que llenó varios carritos con todos los productos que veía a simple vista y los llevó lo más rapido que pudo a los congeladores.

Por fín lo había logrado, pero había gastado todo un día para hacerlo. El sol ya se estaba ocultado.

Luego de comer, se lavó los dientes y se dirigió al sillón para por fín descansar.

-Al final, este ha sido un buen día-. Dijo, quedandose dormido.













martes, 25 de agosto de 2015

Cuento: El fin (parte 7)

Cuando levantó del suelo la remera, un recuerdo se le vino a la mente.

"Sentados en el banco de un parque de diversiones, Leo descansaba. Había sido un largo y agotador día para él. Ana lo había estado llevando de un lugar al otro del parque. Para ella, esto era un sueño y no quería que se termine, aunque los pies de su padre opinaban lo contrario.

-Ven papi, vamos a la tienda- Le decía Ana, sentada impaciente en el banco.
- En dos minutos mi amor- Le respondió. - Mis pies me piden un descanso.
-Dale, papi, vamos ahora- Le retrucó su hija, tomandolo de la mano para que se levante del banco.

Perdida la batalla, Leo se levantó y ambos fueron al único lugar que les faltaba conocer, la tienda.
Con dos pisos de productos, la tienda era un lugar muy grande.

Ana se soltó de la mano de su padre y se apresuró a entrar y mirar todas las cosas que el lugar ofrecía.
Hija rapido, padre lento, ambos recorrieron la tienda a su modo y se reencontraron unos pocos minutos después. Su hija había recolectado tres productos, mientras que el mayor solamente uno, una taza negra que cuando se llena de algún liquido caliente, un corazón aparece en el medio de ella.
La taza se la regalaría a su esposa. Claudia no había podido asistir por imprevistos en su trabajo.
Ana, por su parte, cargaba un vaso de plástico, una caja de lapices de colores y una remera un tanto parciular.

-¿Esa remera te gusta, hija?- Preguntó su padre tomando el producto y extendiéndolo.

Muchos colores, por lo menos 20, conformaban el arte en ella. De por sí, era demasiado llamativa.

-Si.- Fue la respuesta de su hija mientras que se dirigían a las cajas..."

Ahora tenía esa extraña e inconfundible remera en sus manos. Prueba fehaciente de que su pequeña había estado allí hace no mucho.

Con un gran esfuerzo mental, abondonó el lugar, con la prenda en sus manos.
Sabía que tenía una tarea mas importante que hacer y debía cumplirla y cuando lo haya hecho, volvería para buscar pistas de lo sucedido.

Se dirigió a su camioneta y vió la poca comida que había logrado reunir. Su principal objetivo en ese momento era lograr su supervivencia.

Su plan consistia en reunir la mayor cantidad de alimentos y almacenarlos en un lugar cómodo.
Subió a su camioneta y se dirigió al siguiente mercado. Primero iria a los pequeños comercios para luego al gran supermercado de la ciudad.

Recorrió 5 almacenes en total hasta que logró llenar la camioneta. No era mucha comida, pero debía depositarla en un lugar seguro.
Decidió que ese lugar fuera su propia casa, después de todo, ¿qué otro lugar era más cómodo para él?.

Una vez llegado, descargó todos los productos y los fue depositando en las alacenas de la cocina, las cuales estaban extrañamente vacías, aunque a Leo ya nada le parecía raro.

Ya tenia varis alimentos, la mayoría frituras y enlatados, para sobrevivir un tiempo, aunque sabía que necesitaba carne en su dieta.

-Si consigo carne, debe aún permanecer refrigerada, de lo contrario ya estará podrida- Dijo en voz alta, hablandole al aire.

Y estaba en lo cierto. Al cortarse la luz hace ya un rato, sabía que no tenía mucho tiempo hasta que la carne congelada, si encontraba, se eche a perder.

No poseía el trabajo mejor pago, pero Leo no era nada tonto y conocía muy bien el método para conservar los alimentos. Debía conseguir generadores eléctricos.

Estos generadores funcionan a base de combustible y eran usados en el pueblo en los momentos en que se iba la luz y lamentablemente eso, en su pueblo, era constante.
Por eso se dirigió a la ferreteria más grande y allí encontró unos 8 generadores los cuales trasladó hasta la heladería frente a su casa.
Decidió instalar los generadores allí ya que sabía que la instalación eléctrica era resistente y además quería utilizar los congeladores del helado para guardar todos los productos que pueda conseguir.

El sol estaba cayendo y la oscuridad comenzó a reinar. Había pasado todo el día corriendo y ahora, por más que no quisiera, debía descansar.

Esta sería la primera noche que pasaría sólo y la sangre fria permaneció con él hasta que concilió el sueño.



martes, 18 de agosto de 2015

Cuento: El fin (parte 6)


Por fín su cuerpo estaba estable y sus pensamientos se acomodaron.

"Es hora de comenzar" se dijo y partió rumbo a la despensa más cercana.

Su plan consistia en recolectar la mayor cantidad de alimentos posibles y mantenerlos almacenados.
Tarea nada facil, por cierto, y lo pudo comprobar al llegar al primer mercado.

En las góndolas reinaba el vacío y la mayoría de los productos panificados anunciados no se encontraban allí. La harina, el arroz, las frutas, verduras y legumbres, las bebias, las conservas, casi todo había sido apartado de su lugar de descanso.
Leo tomó TODO, literalmente, lo que se encontraba en el almacen y lo cargó el baúl su camioneta.
Entre las cosas rescatadas habían un par de paquetes de harina, muchas frituras y suficientes latas de comidas enlatadas como para alimentarse hasta que expiren.
Una de estas era una lata de salchichas tipo alemanas la cual abrió en ese momento y, con la ayuda de un tenedor tomado de al lado de la caja registradora, las engulló. Recien ahora se había dado cuenta del apetito voraz que tenía.
También pudo rescatar algunas latas de gaseosas, pero ninguna botella de agua.

Luego de la comida, se dirigió al asiento delantero de su vehiculo para llevar el botín al lugar de almacenaje, su casa, pero antes de subir, algo se enredó en su pie izquierdo.
Una camisa y un pantalón de vestir yacían en el suelo, entorpeciendo sus movimientos.

"Que extraño" Se preguntó mientras que disipaba el obstaculo.

En realidad, hasta ese momento, Leo no se había detenido a mirar a su alrededor y cuando lo hizo lo pudo ver.
Había ropa tirada por doquier.

"¿Qué demonios pasó?" Se volvió a preguntar, ahora más nervioso.

Tenía miedo de conocer lo sucedido y temía que esto sea una pista. No quería saberlo, pero debía. Debía saber lo ocurrido para así evitar su destino por si vuelve para buscarlo.

Instintivamente su cuerpo le dirigió hacia su punto de partida, hacia la iglesia.
Cómo estaba próximo a ella, no fue necesario gastar combustible.
Pocos segundos después, llegó y se detuvo frente a la fachada. Su aspecto era imponente y la cruz en el techo le daba un aire de celestial, muy distinto a como era por dentro, tétrica y lúgubre.
Se dirigió al pedestal donde dejó apoyada la nota de su mujer y la volvió a leer.

"Las nubes están llegando. Es hora de ocultarnos en el gran salón."

Debía buscar el gran salón, pero ¿cual era?.
Recorrió toda la iglesia y abrió todas las puertas pero nada. El gran salón estaba oculto a sus ojos.

Solamente le quedaba una puerta por abrir, en la que un cartel advertía "No pasar".
Al girar la manija, la puerta no se abrió. Estaba cerrada con llave.
Leo buscó a su alrededor algo que pudiera usar como herramienta y tomó un extintor como ayudante.

Uno...dos...tres. Al tercer golpe, la manija de desprendió, destrabando la puerta y dejandola abierta.
Se trataba de una oficina administrativa, con una computadora (apagada), con cuadernos con números escritos y varias cajas con registros contables.
La oficina era muy pequeña para ser un "gran salón", no obstante, Leo revisó cada centimetro cuadrado del lugar y gracias a esto pudo encontrar un plano de la iglesia que estaba reposado cómodamente en el fondo de uno de los cajones del escritorio principal.

Cómo había poca luz en el lugar, se dirigió hacia la entrada, donde la luz del sol aún brillaba intensamente.
El mapa era bastante claro y en un sector encontró al tan deseado "gran salón". El mismo se ubicaba, según el plano, detrás del atríl donde estaba la carta de Claudia.
Sabía que no había visto ninguna puerta, pero decidió hacerle caso al dibujo y una vez allí, notó algo que antes había pasado por alto.
Detrás del atríl, a unos 20 pasos de distancia, había una gran cortina de terciopelo violeta que abarcaba desde el techo al piso del lugar y al correrla, una puerta se encontraba allí.
Esta no se encontraba cerrada como la anterior y pudo entrar sin problemas.
Un largo pasillo, cubierto con antorchas que aún ardían conducia a un recinto muy grande, completamente iluminado por el fuego.

En el medio del gran salón yacía lo que tanto temía.

Un cúmulo de ropa, cubría todo el suelo y entre estas, Leo reconoció la ropa colorida de Ana, su hija...


jueves, 13 de agosto de 2015

Cuento: El fin (parte 5)

El extremo de una soga atrapaba su cuello.
El otro extremo estaba atado a la rama de un árbol.
Debajo de él había una silla, la cual impedía que cayera y su cuello se quebrara.
Había decdido dar por terminada su vida.


Pero llegado el momento, no se animó a soltar la silla y desatando la soga de su cuello, se detuvo a pensar que hacer.

A pesar de no ser una persona religiosa, no se lo ocurrió otro lugar más que la iglesia. Iría a rezar.

La iglesia se encontraba, cómo en muchos otros pueblos, en el centro de la ciudad, situada frente a la plaza principal y al costado del ayuntamiento.

Al entrar, se dirigió hacia el centro, a la primera fila de asientos. Estaba vacía, por supuesto.

El silencio era tan intimidante que Leo no se pudo concentrar en su objetivo y prefirió recorrer aquel extraño lugar, para él. Pocos pasos duró su reocrrida cuando algo le llamó la atención.
Un celular yacía sobre un almohadon rojo encima de un atríl.

El mismo se encontraba conectado a un cargador externo, seguramente para que su batería resista.

"¿De qué me sirve un celular ahora?" Pensó.

Pero había algo curioso en el teléfono. Le resultaba muy familiar.
A pesar de que muchos modelos eran similares, al darle la vuelta vió una calcomanía de pony.
Auntamticamente un recuerdo de su hija le vino a la cabeza, un recuerdo de hace no mucho tiempo atrás en que ella deseaba montar a caballo y su fascinación por el animal era tan grande, que incluso les obligó a sus padres a pegar estás imágenes en sus teléfonos.

No cabía ninguna duda. Ese celular era el de Claudia, su esposa.

Revisando un poco más el movil, encontró varias fotos de Ana, jugando felizmente.
Durante unos minutos, Leo se quedó estático, mirando una foto de su pequeña y de su esposa.
Ambas estaban sonriendo y detrás de ellas había un muñeco de nieve a semi hacer.

Lo recordaba bien ese día. Fue un 20 de Diciembre en el que, debido a la cantidad de nieve que cayó, no pudo ir a trabajar y se quedó en su casa, jugando afuera con su familia.
Una sonrisa se dibujó en su cara mientras que buscaba y veía otros videos.

Dentro de las carpetas del celular, encontró una que decía "No abrir".
Esto solo generó más curiosidad en él y al acceder a esa carpeta, habían otros 4 videos.

Al verlos, Leo soltó el celular, el cual cayó duramente al suelo y desde ese momento, dejó de funcionar.
Los videos no daban lugar a dudas, su esposa lo había estado engañando y no había borrado las filmaciones.

Al agarcharse para levantar las partes del teléfono, encontró un sobre que decía "Leo Moss"

-¡Ese es mi nombre!- Exclamó mientras que sacaba la hoja de papel contenida en el sobre.

La nota decía:

"Leo, mi amor:

Tal vez despiertes, tal vez no. Rezo para que sí lo hagas.
Nuestro fin está cerca. El sacerdote nos advirtió y nos hemos refugiado en la iglesia.
Hemos realizado un sorteo y tú, mi amor, has sido elegido.
El sacerdote realizó el ritual en nuestra cama.
Rezo para que funcione.

Las nubes están llegando. Es hora de ocultarnos en el gran salón.

Confiamos en que todo funcionará y algún día encuentres esta nota.
Nunca olvides que tu hija y tu mujer te aman."


Ahora ya lo sabía todo.
Estaba solo en el mundo y por más que en otra realidad se hubiese divorciado, ahora ya nada importaba.
Su hija, su esposa, su familia, todo había desaparecido y desde ahora, el se dedicaría a comenzar todo de nuevo.

jueves, 6 de agosto de 2015

Cuento: El fín (parte 4)

Una mujer estaba parado frente a él. No, no era solamente una mujer.
La que de pie se encontraba era nada menos que la mujer con la que había compartido su vida durante los últimos 15 años, Claudia, su esposa.

-¿Has tenido una pesadilla?- Le preguntó.

-¿Cómo que una pesadilla?- Respondió. - ¿Dónde has estado?


Su mujer estaba parada frente a él, mirandolo fijamente. Su cara denotaba preocupación.

-¿Qué clase de pregunta es esa?- Le replicó. -Estaba en el patio trasero colgando la ropa.

-¿En el patio trasero?

-Así es. Ahora, me puedes decir ¿qué diablos te sucede?

En ese momento repensó donde estuvo todo el día y reparó que nunca fue al patio trasero de su propia casa.

-Pero...¿Cómo me has encontrado? ¿Cómo sabías donde estaba?- Le preguntó a su esposa.
-¿Encontrarte? ¿Es acaso un chiste?.

La voz de Claudia se volvió más seria.

-Leo, amor, ¿te encuentras bien?-

Leo se miró. Llevaba puesta su ropa de dormir y con un brusco movimiento de su cuello, miró el panorama a su alrededor. La conclusión fue evidente, se encontraba en su propia casa.

-Pero...- dijo con voz nerviosa. -Todos habían desaparecido. Me desperté con velas alrededor y no había nadie en la ciudad. Fui a buscar a Ana a la escuela...

Él mismo se interrumpió.
Al relatar lo que había vivido se dió cuenta de lo disparatado que sonaba.

"¿Lo había soñado todo?". Pensó mientras que una sonrisa se dibujaba en su rostro.

Con mucho animó, se desplomó en la cama.


-¿Al colegio por Ana? Pero si hoy es Domingo, Leo.
-¿Quieres decir que ella está...?
-Así es, ella está abajo, en la sala, jugando.

Leo se levantó de la cama y gritó llamando a su hija.

-ANA- Gritó.

Su llamado no fue respondido entonces salió del cuarto y volvió a gritar.

-ANA.

Una lejana voz acudió en respuesta.

-Estoy aquí- La voz de Ana parecía perderse en el aire.

Con una gran sonrisa y desesperado por abrazar a su hija, Leo se paresuro para bajar.

-TEN CUIDADO- Le gritó Claudia - Acabo de limpiar la escalera y puede que siga mojada.

Las palabras de su esposa produjeron un efecto de distracción en él y sin poder evitarlo, Leo resbaló y se golpeó la cabeza contra el suelo, desmayandose.


- o -

Una botella de agua yacía a su lado.
Se había caido al abrirse la heladera antes de desmayarse.
La botella, rodando, fue a parar a su cabeza, provocando en ella un gran dolor.

 Poco a poco se fue reincorporando para ver que su pesdilla continuaba siendo realidad...

miércoles, 5 de agosto de 2015

Cuento: El fin (parte 3)


Las lágrimas perduraron durante unos minutos más.
Por fin había caido en la situación de haberse quedado solo en el mundo. No solo eso, sinó que todo sucedió en un abrir y cerrar de ojos para él.

El sol brillaba en lo alto cuando la última lágrima fue limpiada de su rostro. Las grises nubes habían sido completamente desplazadas por el viento y no luchaban por retornar.

Leo se puso de pie y dejando atrás a la escuela, emprendió un viaje a pie por las calles de la ciudad.
A su paso, el único ruido que lograba escuchar era el de la basura atrapada por el viento.

Todo rastro de vida humana ajena a él había desparecido.
Aunque, observando bien, tampoco podía ver a ningún ave volando el cielo, a ningún gato callejero caminando y a ningún perro perdido ladrando.

"¿Qué habrá pasado?" Se preguntó mientras que recorría las calles. Ahora estaba más calmado.


Muchos negocios tenían sus puertas abiertas, invitando a pasar a los invisibles clientes, aunque no haya nadie para recibirlos.

"¿Será una broma?". Volvió a preguntarse.

Rapidamente se respondió a sí mismo con un rotundo no.

Mientras que caminaba por las desiertas calles, notó una rara sensación en el cuerpo.
Había algo que no lo hacía sentir bien y le hacía respirar con dificultad.
Por un momento, Leo se preguntó si su mala sensación sobre aire tenía algo que ver con lo sucedido.
De pronto el aire escaseaba, no podía respirar.
Su vista se nublaba poco a poco mientras que pensaba que se iba a desmayar.
En su desesperación, entró al mercado cerca de él buscando agua. Atravesó las cajas y llegó a las heladeras, aunque no logró su objetivo y desmayado, cayó.


- o -

Leo se levantó. Estaba mareado y le costaba mucho pensar.

-¿Qué pasó?- Preguntó, sin obtener respuesta.

"Es cierto". Pensó. Estaba solo. Misteriosamente se había quedado solo en este mundo y no pudo contener el grito de desesperación.

-¡AAAH!- Gritó. Gritó con todas sus fuerzas.

Unos pasos se escucharon  a lo lejos y se apresuraron hacía él.

 -Leo, ¿¡QUÉ PASA!?- Se escuchó una voz preguntar.

Una mujer estaba parada frente a él.


-¿...Claudia..?

martes, 4 de agosto de 2015

Cuento: El fin (parte 2)

Nadie.
Nadie más que él.
Hasta donde alcanzaba la vista estaba solo.
Ningún auto circulaba por la calle. Ningún niño jugaba en el jardín de su casa. Ningún vecino cortaba el cesped.

Jack, su vecino, tampoco se encontraba presente y esto le sorprendió por sobre todo.
Jack era un jubilado, jardinero retirado y pasaba casi todo el día en su patio frontal arreglando plantas y que no esté presente, simbolizaba que algo le había pasado. No solo a él, sino también a su antes perfecto jardín.

Leo volvió a entrar a su casa. Su preocupación era evidente.
Se digirió a la sala de estar donde estaba el único teléfono inalambrico de la casa.
Lo tomó y marcó el numero del móvil su mujer. Mientras que llamaba, una voz le indicó que la bateria estaba próxima a acabarse.
Leo miró la base y parecía todo normal.

"Por ahí lo dejaron mal conectado" Pensó.

El tono de espera continuaba al teléfono y su mujer no lo respondía. Su llamada no solamente no era respondida, sino que el contestador del móvil tampoco aparecía.

Al cabo de varios intentos sin respuesta, cortó el teléfono y salió nuevamente de su casa.
Esta vez, prestó más atención al panorama.
Las nubes grises y espesas ya estaban siendo barridas por el viento y el sol brillaba cada vez más fuerte en el cielo.
Cerrando la puerta con su llave, salió y se dirigió a su coche.

Encendió el motor y se puso en marcha. Iría a la escuela a buscar a su mujer y a su hija.
Nuevamente no había nadie más que él.

-Gracias a dios que llené el tanque. Dijo, aunque en realidad no podía recordar cuando lo hizo.

La aguja del medidor de combustible marcaba que el tanque estaba lleno, aunque su camioneta lo consumía más rapido que casi cualquier otro auto.

El camino a la escuela se volvió más complicado de lo que pensaba.
Autos cochados obstaculizaban el camino y arboles caídos le impedían el paso. Esto sumado a que los semafóros dejaron de funcionar repentinamente le complicaron el viaje hacia el colegio.

Más allá de eso, la ciudad parecía intacta, cómo si hubiese sido abandonada de repente.

Al cabo de algunos minutos, estacionó el auto.
Las puertas de la escuela estaban abiertas, invitandolo a entrar.
Leo entró, aunque temeroso, y buscó a alguien que le pueda indicar donde se encontraban su mujer y su hija.

-HOLA- Gritó.
-¿HAY ALGUIEN ALLÍ? ¿ALGUIEN ME ESCUCHA?.

La única respuesta que recibió fue el eco de sus palabras resonando por todo el lugar.

Recorrió un poco el lugar, ya más nervioso que antes.
Comenzó a correr, buscando aula tras aula señales de su familia, señales de cualquier persona.

Doblando en un pasillo, encontró la oficina del rector. Estaba cerrada con llave.
Golpeó la puerta con su mano cerrada. Golpeó una, dos, tres, cuatro veces, pero nadie le respondió.
Corrió por los pasillos, el nerviosismo y la desesperación invadieron su corazón.


-ALGUIEN QUE ME RESPONDA, POR FAVOR.

Nadie.
Nadie más que él.

Una lagrima se asomó en su ojo derecho. Quería salir de allí, el aire lo agobiaba.
Aún le quedaban aulas que buscar y pasillos que recorrer, pero sentía que iba a explotar y se dirigió a la puerta principal.



Saliendo del colegio, se desplomó sobre el seco cesped y comenzó a llorar.


Finalmente se había dado cuenta de que... ESTABA SÓLO EN LA CIUDAD.

 


lunes, 3 de agosto de 2015

Cuento: El fin (parte 1)


Leo se despertó respirando agitadamente.
Su boca aspiraba grandes cantidades de aire, como si no hubiese recibido oxígeno desde hacía mucho tiempo.
Con una mano se quitó la sábana y el cobertor, luego se sentó en la cama e intentó controlar su respiración.
Segundos después, la agitación se fue perdiendo y Leo recuperó el control de su cuerpo, sin embargo, aún seguía mareado.

Mirando a su alrededor, reconoció que se encontraba en su dormitorio, en su casa, pero había algo extraño en ella. Las paredes habían sido pintadas de rojo y alrededor suyo habían decenas de velas consumidas.
Al parecer, estas fueron encendidas hacía varias horas y nada impidió que se fueran consumiendo mientras que él dormía.

Con un fuerte bostezo se levantó de la cama y a pesar de haber dormido, se encontraba vestido con su ropa más cómoda. Se dirigió a la ventana pensando que se había quedado dormido, aunque no podía recordar nada de lo sucedido, su cabeza le dolía.
Separó las cortinas y miró al cielo. Las nubes eran grises y espesas pero se estaban dispersando y el sol se asomaba lentamente.

Se dirigió al baño, su vejiga no podía contener más orina.
Luego de tirar la cadena y de lavarse las manos, abrió la llave de la ducha.
Por alguna extraña razón que no comprendía, se sentía muy sucio, como si su cuerpo hubiese sido untado con manteca o grasa. Sin embargo, al cabo de unos segundos el caudal de agua comenzó a reducirse hasta que se detuvo por completo.


Extrañado, abrió la llave del lavatorio, obteniendo el mismo resultado.

"¿Cortaron el agua?" Pensó mientras que gritaba el nombre de su esposa para que acuda a él.

No obteniendo respuesta, volvió a gritar, esta vez desde la puerta de la habitación.
El silencio perpetuaba.
Un tercer grito sin respuesta fue motivo suficiente para que bajase las escaleras y entrase a la cocina.

Estaba vacía.

El viento soblaba, provocando un movimiento errático en las cortinas.
Leo cerró la ventana y se preguntó si su mujer estaría afuera por algún compromiso.

-ANA-. Gritó. Su hija tampoco acudió a su llamado.

"Debe de estar en el colegio". Pensó.

Sin poder preparar su café diario, por falta de agua, volvió a su habitación para cambiarse de ropa.
Seguía sintiendose sucio y al desnudarse encontró el motivo.
Su cuerpo estaba completamente cubierto por un tipo de aceite viscoso e inodoro.

Utilizando una toalla, pudo quitarse casi toda la sustancia. Luego se puso ropa nueva por encima, maldiciendo no poder bañarse.

Al mudarse de ropa, reparó nuevamente en las velas apagadas y en la pared roja.

Algo había pasado y no lograba recordarlo.


De repente se sintió agobiado. El aire dentro de la casa se volvió espeso y le costaba trabajo respirarlo.
Se estaba mareando. Necesitaba salir.

Bajó rapidamente las escaleras y se dirigió hacia la puerta principal.

Al salir, el aire estaba fresco y pudo volver a respirar con normalidad, pero al levantar la cabeza se quedó completamente sorprendido.
El paisaje era desolador...Leo estaba completamente solo.

sábado, 1 de agosto de 2015

Sueños XVIII: El rejunte

La pista era de por sí, extraña.
Habíamos llegado con el tiempo justo y las azafatas nos indicaron que nos sentemos rápidamente y que abrochemos nuestros cinturones.
Apenas nos dió el tiempo para hacerlo cuando el avión comenzó su marcha.
La pista era de por sí, extraña. Esta atravezaba una calle peatonal muy transitada, más, siendo un soleado día de sábado.
Había mucha gente caminando alrededor del gran avión, pero estaban relajados, como si la presencia de semejante maquinaria no les inmutase. Y es que ya estaban acostumbrados a esa situación.
El avión debía ir esquivando a la gente, a todos los grupos que se encontraban caminando alegremente en el lugar.
Con gran habilidad, el piloto sorteaba a a las personas. Primero a un grupo de 10 parejas que caminaban en fila, luego a otro grupo similar que se encontraban sentados, disfrutando de un pícnic y finalmente a un grupo de jovenes en patineta.
Finalmente, luego de casi 10 minutos según dijo una azafata, el camino se encontraba despejado y era tiempo de emprender el vuelo, pero fue imposible ya que de la nada surgieron un grupo de ciclistas.
Eran muchos para esquivar y el piloto demostró su furia por el altavoz del avión. Entonces decidió doblar y despegar directamente.
Las turbinas fueron encendidas y el avión remontó vuelo pasando entre dos estructuras de hormigón.
La temeraria maniobra resultó exítosa y el cielo despejado fue un alivio para todos.

- o -

Estabamos dentro de un cuarto muy grande y vacío, parecido a un hangar, dentro del avión. Mi novia y yo lo estabamos investigando cuando notamos una presencia cercana. Decidimos activar el camuflaje óptico para pasar desapercibidos.
Cuando lo hicimos, el lugar que antes estaba vacío, ahora estaba lleno una sustancia muy extraña. Parecía agua, parecía que el lugar se había convertido en una gran piscina, pero en realidad era el aire que había cambiado.
Nos separamos y cada uno se fue "nadando" hacia otra punta del lugar, cuando vimos a quien nos perseguía.
Era una mujer con pelo negro, desnuda. Era humana de la cintura para arriba, pero de esta para abajo, era un pez.
Este ser comenzó a seguir mi rastro. A pesar de que no me podía ver, si podía sentir las vibraciones que mis movimientos hacían.

Mientras que mi novia se relajaba -y reía- en un rincón, yo era perseguido por la media mujer.
Escaparme al principio era muy facil, pero poco a poco me fue alcanzando hasta el punto en el que me acorraló.
Lejos de preocuparme, estaba riendo. Le había plantado un señuelo, una copia de mí mismo.
El ser lo agarró, mientras que yo me escapa tranquilamente.

- o -

El avión aterrizó en Londres, donde sentados en un bar, estabamos tomando un café.
De pronto se acercó una de las camareras y me ofreció probar uno de los nuesvos gustos de helados que ellos mismos fabricaban.
Antes de tomarlo, me advirtió que se trataba de sabores particulares que no se encontrarían en otros lugares.
Acepté el ofrecimiento y me dirigí hacia donde se encontraba el exhibidor. En él habían 6 potes con helado, cada uno con un color muy llamativo. Había rosa, rojo, naranja, negro, azul y violeta.
Decidí tomar el negro porque parecía el más misterioso, aunque lo devolví apenas me dijeron su sabor- wasabi.

Salí del lugar y me dirigí hacia mi oficina. A pesar de todo, este era un día laborable.
Ya en ella, comencé a escuchar una música muy fuerte. Subí del sótano y pregunte a que se debía semejante ruido y la respuesta fue: "es la reunión anual de policias".
Efectivamente, tras la puerta, se encontraban decenas de uniformados, tomando café y escuchando música.
Salí a echar un vistazo y a buscar la fuente de semejante ruido.
Luego de atravezar varios policias, encontré al aparato de mi desdicha.

Apoyé mi mano sobre él y...había apagado a mi despertador.

Un día más comienza.