martes, 17 de noviembre de 2015

El fin (parte 17)

La tormenta no cesaba y el agua aumentaba su volumen. Sin embargo, Leo no despertaba, ni siquiera con los potentes rayos y truenos del cielo.
De continuar así, todo lo que había logrado hasta este momento, se perdería.

Pero algo estaba distinto en él. Su rostro ya no denotaba frialdad, ya no estaba rígido y sus ojos temblaban levemente, indecisos si debían, o no, despertar.

Dentro de su cabeza, los sueños continuaban y lo pusieron de pié, en la puerta del sañatorio mental.
Un médico se acercó a estrechar su mano y felicitarlo.

-Finalmente lo hemos curado- Dijo, dandole una palmada en el hombro.

Leo lo miró, extrañado por la situación.

-¿Curado? ¿Cuanto tiempo permanecí aquí?- Preguntó - No lo puedo recordar.

El médico colocó sus manos en el delantal blanco que llevaba y suspiró.

-Has permanecido...- Dijo e hizo una pausa. -...el tiempo suficiente- Respondió alividado.

Leo intentó indagar más en el tema, pero no pudo. Nuevamente se encontraba sólo.
Tomó la maleta que se encontraba a su lado y se marchó de la institución.
Frente a él se encontraba una parada de autobus y a pocos metros de distancia, el mismisimo transporte estaba arribando a destino. Debía abordarlo si quería regresar a su casa.

La tormenta eléctrica crecía y los rayos que caían eran cada vez más grandes y estruendosos, pero nada fue cómo aquel último.
El cielo se iluminó por completo, en toda su extensión. Demasiado grueso, ignoraba por completo los pararrayos superiores y continuaba su marcha. Tomó rumbo directo hacia la casa de Leo.

El autobus estaba casi vacío. Escasas personas se encontraban en él.
Se dirigió al fondo del vehículo y se sentó al lado de la ventana.
Su vida en el hospitál quedaba cada vez más lejos a medida que el camino se interponía en el medio.
La carretera se encontraba vacía, salvo por un camión a lo lejos que iba en el otro carril con dirección hacia ellos.
Sim embargo, algo le sucedió a su conductor y se cambió de vía. Leo comenzó a gritar. Le gritó al conductor y le gritó a los pasajeros. Ninguno se había percatado que el accidente era inminente.
Intentó pasarse, pero no pudo.
Sus piernas no le obedecían y sus gritos no eran escuchados.
Iban a chocar y eso podría ser fatal para él.

Leo cerró los ojos, esperando lo peor... El estruendo producido fue verdaderamente muy fuerte.

Finalmente despertó.
Abrió los ojos, pero algo le estorbaba la vista.
Era una hoja que, al apartarla, vió que tenía algo escrito.
Leo la miró y comenzó a llorar. La hoja tenía muchos dibujos y una frase escrita en el medio:

"Tienes que despertar".

Era lo que estuvo soñando todo este tiempo.
Su familia aún lo ayudaba y eso quería decir que todavia había esperanza de encontrarlos.
Ellas estaban, cerca o lejos y se prometió a si mismo que las encontraría.

Finalmente se levantó del sillón y contempló el caudal de agua que se había formado.
Su corazón bombeó sangre fría al cruzarle por la mente lo que habría pasado con sus alimentos.

Rápidamente cruzó la calle. La temperatura habia descendido bruscamente pero no le importó.
Caminar fue más dificil que de costumbre y llegar hasta la heladería demoró bastante más que lo usual, pero lo logró.

El agua había subido.
Demasiado tarde para sacarla, Leo quedó inmóvil mirando como su creación era tragada poco a poco.
Su futuro, su supervivencia, su vida estaba siendo definida en ese momento.

 CONTINUARÁ...

jueves, 12 de noviembre de 2015

Sueños XXII: El crucero

Era el capitán del crucero y debía cumplir con muchas obligaciones antes dedesembarcar.
Sin embargo, fui ordenado a trasladar equipaje a la bodega especial.
De nada sirvieron mis reclamos y reproches. De nada sirvió que le grite a la mujer que me ordenó semejante tarea que yo era el capitán y eso es trabajo para los ayudantes.
De nada sirvió y la mujer solo hizo oídos sordos, aunque cuando me callé, ella hablo:

-Estos son los pasajeros más importantes, son 6 en total y entre todos costearon la mayoría de los gastos del viaje. Es por eso que deben ser tratados por alquien importante, por el capitán en persona, por tí.-

Con esas palabras terminó la discución y comenzó la búsqueda. Debía encontrar a los 6 pasajeros distribuidos en las 6 grandes camarotes y solicitarles su equipaje para comenzar con el desembarque. 

El ascensor me llevó al sexto piso, donde me recibió una mujer de unos 40 años que muy amablemente me facilitó el equipaje. Estaba contento porque fue realmente facil.
Luego fui al quinto piso donde me informaron que el dueño de la suite se encontraba en el casino.
Lo encontré tirando los dados en la mesa y le solicité el equipaje.
Me dijo que solo llevaba una maleta con él y señalando a una vieja valija a un costado suyo, me hizo señas para que la tome.
El ascensor me dejó en el cuarto piso, un lugar muy tranquilo. Llamé a la puerta de la suite y fui recibido por una hermosa y joven mujer de no más de 30 años, con el pelo rubio y un cuerpo para envidiar.
Amablemente me ofreció su equipaje y con un silbido, un perro apareció cargando las maletas.

Curiosamente, nada me sorprendía.
Luego me dirigí al primer piso, donde un hombre que apestaba a cigarrillo me brindó las valijas de cuero las cuales pensé que cada una costaría más que su salario.
En el tercer piso había un astrónomo que no quería desprenderse de su equipo. Sin discuciones me fui y lo dejé mirando "las estrellas".

Por último quedaba el segundo piso y fue adrede. Sabía que la suite del piso 2 era mala y que cualquier ocupante estaría muy molesto con ella. Por eso quería evitarla a toda costa.
Salí al exterior a tomar un poco de aire para luego volver y terminar con esta absurda tarea que me habían impuesto.

El del segundo piso fue el más dificil, ya que al abrir la puerta me encontré con que en realidad estaba en ¡una lavandería!. La suite del piso 2 era por lejos el peor de los camarotes de lujo y eso generó tanta molestía que su ocupante decidió convertirlo en un lugar de limpieza para la ropa de los pasajeros.

Lamentablemente no lo pude encontrar y dí por concluida mi misión secundaria.



Desembarcamos en una ciudad conocida e inmediatamente me dirigí a su centro y comer algo.
El lugar era sumamente conocido y se trataba de una heladería que además vendían comida.

Tomé un sandwich y me fui a sentarme en las mesas exteriores a mirar a la gente "llevar" su vida, cuando de pronto aparecieron de la nada unos amigos que venian de jugar al fútbol.

-No te invitamos porque tenías que trabajar- Me dijeron y por dentro maldije todo el tiempo que paso trabajando.

Terminé mi comida y me dirigí nuevamente al barco cuando fuí detenido por dos sujetos que comenzaron a gritar.
No podía entender lo que decían y parece que eso los enfurecía más y aumentaba el volúmen de sus voces hasta tal punto que me despertó...

...eran albañiles trabajando en el techo de la casa vecina. En fin, de nuevo a trabajar.

martes, 10 de noviembre de 2015

Sueños XXI: Fútbol Americano

La patada inicial dió comienzo al encuentro.
En un equipo estabamos nosotros, amigos de toda la vida, y en el otro, rivales desconocidos.

El estadio era un poco diferente al habitual. En lugar de un recinto, nos encontrabamos en un espacio abierto, parecido a la selva, con arboles a los costados y en lugar de los palos de anotación, había un arco al estilo del clasico fútbol.

El partido comenzó, más yo no conocía muy bien las reglas. Sabía que el balón se pasaba hacia atrás y que se le podía pegar con el pié si se quería lanzarlo hacia adelante.

Durante los primeros minutos me dediqué a correr y patear el balón hacia adelante.
Lamentablemente mi estrategía para anotar no surtió efecto y por el contrario, nos convirtieron varios goles.

En ese momento decidí ir a defender la portería y fui realmente muy efectivo.
Los disparos llegaban con fuerza, pero los atajaba sin muchos problemas. Era bastante bueno.
También continué mi estrategia de patear el balón, ya que, como o podía pasarlo hacia atrás, intentaba dejarlo lo más cerca de la portería rival.

Después de varios intentos de gol fallidos, concluyó el primer tiempo y cambiamos de estadio para la segunda mitad.
El nuevo estadio era aún más salvaje que el anterior. Los árboles ya no se encontraban a un costado, sino que estaban repartido por todo el estadio.
Animales también recorrian el suelo.

El partido continuó con normalidad hasta que derrepente algo ocurrió.

Un cisne había caído de su vuelo. Ruidos de dolor emanaban de este mientras que movía su largo cuello de forma desesperada.
Finalmente el atacante se dejó mostrar. Se trataba de una serpiente, bastante colorida, aferrada a un sector del cuello de su presa.
Los gritos del ave eran desesperantes.

-¿¡Qué pasa!?- Pregunté a uno de mis compañeros de equipo.

-Estamos en la selva y hay muchos animales peligrosos- Respondió con total calma.

Luego levanté la vista y pude ver a varios animales más, todos observándonos.
En ese momento dí por concluido el partido e intenté irme de allí lo más rápido posible, pero los gritos de dolor del cisne me paralizaron.
Cada vez se hacían más y más fuertes.

Mis oídos ya no aguantaban tanto ruido...y me terminaron despertando.

En la radio sonaba una ópera y en el cielo, el agua caía a borbotones.

Un día más va a comenzar.

lunes, 9 de noviembre de 2015

Cuento: Cuando la esperanza se pierde


"Al cerrarse la caja, lo único que quedó aferrada en ella fue la esperanza..."

Con esa frase concluía el tercer libro de autoayuda que había leído en este mes.
Este último, titulado "La esperanza", quería hacerle entender al lector que esto es lo último que se pierde.

Pero para Gabriel, esto era dificil de comprender.
Él sentía que la esperanza ya lo había abandonado.

Seguramente para el que ve su situación por afuera, dirá que es un ingenuo y que aún todo puede pasar, sin embargo, para Gabriel esto era una cruda y dura verdad.

Los años le habían pasado, aunque no era una persona mayor.
Aún no llegaba a la tercera década cumplida y ya sentía que su vida así sería.

El problema de Gabriel es que deseaba el amor de una mujer.
Aunque no de cualquiera, sino de una imposible para él. O al menos, eso creía.

Algo pasaba por su cabeza cada vez que pensaba en ella.
Esto no era muy seguido, pero cuando su imagen aparecía como un flash en sus pensamiento, la tristeza por no tenerla se hacía presente.

Pero, ¿qué le podía ofrecer?.
Aunque no se consideraba tan lindo, simpático o atlético cómo suponía fueron las parejas de ella, la respuesta era sencilla, amor.

Él le podia dar más amor que ningún otro, pero creía que eso no le bastaría.
Gabriel pensaba que una mujer así merecía a un hombre que se aproximaba a la perfección y él, estaba lejos de ellos.
Su principal miedo era el dinero. Miedo de que por si un milagro hacía que ella tambien quiera que estén juntos, el futuro los distancie por no poderse dar la vida que él creía que ella merecía.


Todos estos supuestos, eran lo que impedían que Gabriel le hable y la conozca. Todo estaba en su cabeza y podía, como no, ser real.

A diferencia de lo que la mayoría cree, la esperanza si se puede perder y de una forma muy facil.
Esta se pierde si uno espera un milagro, si uno no actúa para cambiar su presente.
Siendo estático, mirando desde lejos y encerrandose más y más en su circúlo de soledad.

Esto es lo que hacía Gabriel.

Para él, la esperanza se había perdido...





jueves, 5 de noviembre de 2015

Cuento: El fin (parte 16)

El viento entró en la habitación principal y atrapó a una hoja que estaba sobre la cama.
La hoja tenía escritas solamente tres palabras, pero en ella habían muchos dibujos. Dibujos hechos por una niña.
La hoja voló por la casa y aterrizó en el rostro del hombre que dormía profundamente en el sillón.
Sus ojos, sosprendidos por la situación, reaccionaron abriendose sutílmente por un instante y volvieron a cerrarse con fuerza.

Aquel hombre no se movió. Continuaba soñando profundamente.


Claudia lo miraba fijamente, pero Leo ni siquiera se había percatado de su presencia.

-LEO- Gritó.

Su esposo levantó la cabeza y la vió. Tan hermosa como siempre la había visto. Tan hermosa como la recordaba. Frente a él estaba su gran amor.

-Claudia- dijo.

-Leo, mi vida. Tú sabes que eres lo que más quiero en esta vida y juntos creamos a la luz de nuestros ojos, a nuestra princesa. Pero ahora ya es tiempo de despertar.

-¿De despertar?- Le preguntó, confuso.

-Debes despertar, mi amor. Ya nos hemos podido despedir, pero ahora, es momento de que continúes tu camino.-

-Claudia, no te entiendo. ¿Despertar de qué?- Le preguntó Leo, aún más confuso.

- Tienes que despertar- Se escuchó la voz de una niña.

-¿Quién dijo eso?- Le preguntó a su esposa.

-Tu hija...- Respondió Claudia, friamente.

Leo quedó sorprendido al ver a su hija abrazada a una pierna de su madre. No podía creer que no la había notado antes.

-¿Cómo puede ser?- Preguntó - ¿Cuando llegaste?-

-Siempre estuve aquí, papá- Respondió su hija y añadió -Pero el que no está aquí eres tú, papi.-

-¿Cómo que no estoy?. Aquí me tienes - Dijo, tomándose la mano, la cual la sentía cada vez más fria.

La pregunta la recibió el aire, porque su familia ya no se encontraba frente a él.

-Tienes que despetar...- Dijo.

Estaba pensando en voz alta y se preguntaba por qué habían repetido tantas veces esa frase.
¿Acaso no estaba despierto? ¿Era todo esto un sueño?

Por primera vez, Leo se permitió dudar de toda esta situación por la que estaba pasando.

Luego se tomó el brazo. Lo sentía raro. Lo sentía humedo y frio, pero no tenía rastros de sangre en él.


El agua había alcanzado una considerable altura, la suficiente para alertar y despertar a cualquier hombre del más profundo de los sueños, pero por algún motivo, no funcionaba en él.
Por otro lado, en la heladería por ahora las cosas estaban a salvo. Se había cumplido el tiempo programado y los aros metálicos se abrieron y permitieron el paso del combustible hacia los generadores y unos segundos desupés, se cerraron.

Sin embargo, en el sillón, Leo permanecía dormido, pero algo en su rostro comenzó a moverse.
Sus párpados se movieron levemente, luchando por abrirse.