viernes, 11 de septiembre de 2015

Cuento El fin (parte 9)

Levantandose del sillón, salió de su casa y se dirigió a la de su vecino para asearse.
Quedaba poca agua en el tanque, pero fue suficiente para higienizarse.

Luego retornó a su casa y entró en la cocina. Abrió la alacena y retiró de ella una lata de café.
A pesar de no estar caliente, lo tomó y con eso, se despertó del todo.

Había descansado bastante bien.
Luego de un último bostezo, decidió ir a ver su logro del día pasado. Entró en la antigua heladería y allí los vió, su obra de arte. Congeladores conectados a generadores eléctricos y dentro de los primeros, lo más importante, comida.

Una sonrisa apareció en su rostro, pero fue rápidamente borrada del mismo. Algo no estaba bien.
Los generadores, que eran muy ruidosos, no estaban emitiendo ruido.

-¡OH NO! - Gritó mientras que los revisaba.

El combustible en ellos se había agotado.
Sin embargo, y para su tranquilidad, al abrir los congeladores, un aire gélido salió de dentro, simbolizando que se habían detenido hace poco.
Debía conseguir más combustible para rellenar los generadores y esta sería su primer tarea del día.

Salió del local y se digirió a su camioneta.
Destinó un par de horas en recorrer las estaciones de servicio del pueblo, aunque con poco resultados.

Sabía que podía quitarle el combustible a otros autos mediante succión, cómo lo había visto en las películas, pero no obtuvo exíto. Lo intentó varias veces y no lo logró. Algo debía de estar haciendo mal.

También sabía que podía excavar hasta llegar al subsuelo de las estaciones, donde se encontraban los tanques de almacenaje, pero para eso necesitaba muchas herramientas y tiempo y este último apremiaba.

Finalmente decidió alejarse del pueblo para conseguir combustible y fue en ese momento que un miedo invadió su mente.

¿Cómo sabría si lo que le pasó a su ciudad había sucedido en el resto del mundo? ¿Qué le esperaría afuera? ¿Cómo explicaría que él es el único sobreviviente?

Pero, a pesar de tener estas dudas, no le quedó otra opción y el tiempo le apremiaba.

Buscó entre los autos, alguno con el motor apagado y con el tanque por lo menos a un 50% de su capacidad. Con menos de eso, temía no poder regresar.

Varios de los vehiculos que estaban con sus llaves, en las calles, habían agotado su reserva de combustible. Otros, no tenian mucho, tal vez, suficientes para traasladarse por la ciudad.
A estos autos le colocó un cartel en sus vidrios delanteros y en estos carteles escribió un porcentaje, simbolizando la cantidad de combustible disponible.

Finalmente encontró un auto con el tanque casi por completo. Era un pequeño auto color rojo, que debía tener por lo menos 10 años de antigüedad. Curiosamente, dentro de este, no había ropa que sacar.

"Una buena señal" Pensó y emprendió rumbo.

Conduciría unas pocas decenas de kilometros hasta la ciudad vecina, pero antes, se detendría en la estación de servicio que estaba a mitad de camino.

El camino fue lento y manejaba con cuidado. Habían muchos obstáculos, muchos autos detenido en el medio de la ruta y debían ser esquivados con cautela.

Finalmente, luego de casi media hora al volante, pudo vislumbrar la estación de servicio.
Esta no era cómo la de su pueblo, sino que era por lo menos, unas diez veces mayor.

Estacionó lo más cerca que pudo de los surtidores, cargando en sus manos tantos tanques vacios como pudo, pero lo que vió al levantar la vista hizo que se le calleran de las manos, provocando un gran estruendo.

Allí, frente a él, estaba detenido un camión transportador de combustible.

Leo lo miró fijamente y, por primera vez desde que ocurrió esto, rió. Rió con ganas.

Y con la risa perpetuando en el silencio del mundo, condujo el camión colmado de combustible de regreso a su casa.




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