jueves, 5 de noviembre de 2015

Cuento: El fin (parte 16)

El viento entró en la habitación principal y atrapó a una hoja que estaba sobre la cama.
La hoja tenía escritas solamente tres palabras, pero en ella habían muchos dibujos. Dibujos hechos por una niña.
La hoja voló por la casa y aterrizó en el rostro del hombre que dormía profundamente en el sillón.
Sus ojos, sosprendidos por la situación, reaccionaron abriendose sutílmente por un instante y volvieron a cerrarse con fuerza.

Aquel hombre no se movió. Continuaba soñando profundamente.


Claudia lo miraba fijamente, pero Leo ni siquiera se había percatado de su presencia.

-LEO- Gritó.

Su esposo levantó la cabeza y la vió. Tan hermosa como siempre la había visto. Tan hermosa como la recordaba. Frente a él estaba su gran amor.

-Claudia- dijo.

-Leo, mi vida. Tú sabes que eres lo que más quiero en esta vida y juntos creamos a la luz de nuestros ojos, a nuestra princesa. Pero ahora ya es tiempo de despertar.

-¿De despertar?- Le preguntó, confuso.

-Debes despertar, mi amor. Ya nos hemos podido despedir, pero ahora, es momento de que continúes tu camino.-

-Claudia, no te entiendo. ¿Despertar de qué?- Le preguntó Leo, aún más confuso.

- Tienes que despertar- Se escuchó la voz de una niña.

-¿Quién dijo eso?- Le preguntó a su esposa.

-Tu hija...- Respondió Claudia, friamente.

Leo quedó sorprendido al ver a su hija abrazada a una pierna de su madre. No podía creer que no la había notado antes.

-¿Cómo puede ser?- Preguntó - ¿Cuando llegaste?-

-Siempre estuve aquí, papá- Respondió su hija y añadió -Pero el que no está aquí eres tú, papi.-

-¿Cómo que no estoy?. Aquí me tienes - Dijo, tomándose la mano, la cual la sentía cada vez más fria.

La pregunta la recibió el aire, porque su familia ya no se encontraba frente a él.

-Tienes que despetar...- Dijo.

Estaba pensando en voz alta y se preguntaba por qué habían repetido tantas veces esa frase.
¿Acaso no estaba despierto? ¿Era todo esto un sueño?

Por primera vez, Leo se permitió dudar de toda esta situación por la que estaba pasando.

Luego se tomó el brazo. Lo sentía raro. Lo sentía humedo y frio, pero no tenía rastros de sangre en él.


El agua había alcanzado una considerable altura, la suficiente para alertar y despertar a cualquier hombre del más profundo de los sueños, pero por algún motivo, no funcionaba en él.
Por otro lado, en la heladería por ahora las cosas estaban a salvo. Se había cumplido el tiempo programado y los aros metálicos se abrieron y permitieron el paso del combustible hacia los generadores y unos segundos desupés, se cerraron.

Sin embargo, en el sillón, Leo permanecía dormido, pero algo en su rostro comenzó a moverse.
Sus párpados se movieron levemente, luchando por abrirse.

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